Siento pánico al hecho de escribir y no sentirme bien haciéndolo. El camino de vuelta al folio puro ha sido siempre mi regreso a Ítaca, el lugar conocido, allí donde me esperan, donde saben de mis caprichos y donde respetan lo que todavía no soy. Pero ahora tengo miedo, también, al sagrado espacio sin escribir, al templo aún vacío de santos que es una página sin mácula y sin puntos.
Voy avanzando, es cierto, y me siento mejor que hace seis líneas, como si el párrafo anterior hubiera aliviado, si quiera un poco, ese miedo atroz a la pérdida de la pasión en la tecla.
Tengo a mi mujer detrás, leyendo a su vez, ignorando mis pulsaciones de tinta, sumergida en un libro que le he recomendado y que, seguro, está despertando en ella emociones diferentes a las que yo sentí con su lectura. La literatura nos diferencia, nos hace únicos, nos dignifica como hombres. Leer un libro, como hago yo esta noche de verano con el corazón tan blanco, es recordar que hemos sido creados, es confiar en todo lo que somos capaces de crear y, al fin, encontrar un sagrado vínculo entre Dios y nuestra pequeña victoria sobre el resto de cosas.
Hace unos minutos el mar se imponía delante de mí como un imperio inabarcable, misterioso y rotundo. Ahora que la noche ha vencido y que su oscuro velo todo lo abarca, el océano redobla su misterio y, a su natural grandeza, suma toda la que yo imagino: con sus dioses submarinos, sus peleas de estrellas y sus tiburones, ballenas y nemos.
Esta terraza de agosto me brinda también la visión de los balcones ajenos, con sus familias cenando; otras terrazas en las que se encienden luces y se apagan voces, murmullos lejanos que creo interpretar como reproches compartidos: y me llega la idea de que todo es mentira, de que este circo de las vacaciones no es más que una artimaña del bildeberg o del G-7 o algo para adormecer nuestras sucias conciencias y para que, a la vuelta, sigamos pagando la luz y votando sus mentiras. Pero se trata de una idea absurda, claro, que no me quiero permitir.
Parece que el pánico ha desaparecido o, al menos, se ha camuflado en esta cuartilla de verano.