Pedro Sánchez querría pactar con Podemos. Estaría encantado de colocar a su familia en La Moncloa, nombrar a un gobierno y reunirse con Obama o, incluso, con Trump, si llega el caso. Pedro Sánchez representa, como demuestran sus continuos devaneos a la izquierda de la izquierda, que el principal de sus objetivos es presidir el gobierno. Como sea. Y hay que reconocer que, en términos de estrategia política, está haciendo lo imposible por llegar a ese objetivo.
Primero dejó que Rajoy moviera ficha. Sabía que, con los resultados del 20-N en la mano, el líder popular tenía muy difícil armar una mayoría parlamentaria que le permitiese revalidar su gobierno. A eso, además, hay que sumar la natural tendencia de Rajoy a dejar que las cosas se vayan colocando por sí solas. Así, una vez consumado el aislamiento, entre propio e inducido del presidente en funciones azuzado por las corruptelas valencianas y madrileñas, Sánchez movió ficha; y la movió hacia el centro. El líder socialista sabía que necesitaba a Rivera para que el monstruo de Podemos no asustara al personal así de repente. Iglesias le ayudó en esa tarea: las andanadas del secretario General de Podemos, sus prepotentes propuestas de un gobierno de coalición y, al final, el resquebrajamiento interno de la formación morada, le facilitaron las cosas a un líder socialista que, aupado en la buena intención de Albert Rivera, consiguió ubicarse en el centro del espectro político y, por fin, logró mirarse en el espejo y ver en el reflejo a un tipo con imagen de presidente.
Y así las cosas, superado el trámite mediático y efectista del debate de Investidura, Pedro Sánchez sabe que ha llegado el momento de dar el paso definitivo: poner a Podemos entre la espada de su acuerdo con Rivera y la pared de su propia frustración ideológica. Sánchez apuesta porque Iglesias no quiera repetir elecciones a sabiendas de que empeorará sus resultados. De ahí la reunión de este miércoles, en la que, Sánchez ha conseguido, de un plumazo, que Iglesias se autoexcluya del hipotético gobierno de coalición que él mismo le diseñó a Sánchez. Eso, después de presentarse en la reunión con un libro dedicado, como se puede ver en la imagen que acompaña este artículo
Está por ver el grado de paciencia que exhiba ahora el socio naranja del PSOE. Ciudadanos empieza a ver las orejas – o la coleta- al lobo y teme ya, con toda la razón del mundo, que su acuerdo con Sánchez no fuera más que una estrategia del secretario General socialista para lavar su imagen y no asustar a la ciudadanía. Ya casi nadie duda de que lo que quiere Sánchez es pactar a su izquierda, que es la vieja tentación del PSOE desde Largo Caballero. Veremos si al final, el sorpasso no se lo da el PSOE a Podemos.