No ha leido a Platon y sus diálogos primeros, en los que pone voz a los pensamientos de Sócrates. Artur Mas no ha leído lo que, en la Apología, es la primera defensa escrita de la dignidad humana: Sócrates, condenado injustamente por un gobierno extremista que le acusa de corromper a los jóvenes, prefiere aceptar la ley y morir. Y lo hace porque si una sociedad no respeta la Ley se acaba esa sociedad.
Muchos años después, el Tribunal Constitucional le dice a Mas que «sin conformidad con la Constitución no puede predicarse legitimidad alguna». Y añade el Alto Tribunal: «en una concepción democrática del poder no hay más legitimidad que la fundada en la Constitución». Es la Ley, Artur, lo que legitima tu gobierno. Sin ella, no hay nada, parecen decir los jueces.
Pero no seamos ingenuos. Mas sabía que esta sentencia iba a llegar. Lo grave es que le va a dar igual, porque a él la verdad no le importa. Afincado en su estrategia destructiva, mira al futuro y sólo ve una opción para mantenerse políticamente vivo: seguir protagonizando el llamado procés.
A lo sumo, el presidente catalán en funciones, utilizará esta sentencia para seguir alimentando la estrategia victimista y delirante que viene defendiendo desde hace seis años. En su discurso, España es un país bárbaro que atenta contra la libertad del pueblo catalán. Sin embargo, los gobernantes que han hablado en nombre de pueblos han sido repetidamente castigados por la Historia. Las sociedades que ganan su futuro son aquellas que están constituidas por ciudadanos libres, no por pueblos unificados bajo el paraguas protector de un líder mesiánico y omnipresente. Porque no todos somos iguales y, sobre todo, porque los derechos y las obligaciones son de las personas, no de los colectivos. Y entre estas últimas, la de cumplir la Ley. Eso es lo que llevó a Sócrates a la muerte. Un gesto que sirvió para fortalecer la primera Democracia de la historia y que, siglos y siglos después, sigue teniendo sentido.