Huele muy mal de lo de Madrid. Es cierto que la investigación judicial por el asunto del ático de Ignacio González está finiquitada. Pero a veces la inocencia ante los tribunales no es suficiente: por ejemplo cuando un político quiere aspirar a seguir siéndolo. Ignacio González ha quedado desacreditado ante la ciudadanía, que ha podido asistir, entre incrédula y tristemente acostumbrada, al lamentable espectáculo de ver a uno de nuestros representantes enfangarse en una reunión secreta en una cafetería cualquiera. Ese día, en el que González decidió tomarse un café con dos comisarios de dudosa reputación para pedir o ser pedido, firmó su sentencia política.
Ya casi da igual que pasara en esa reunión. El hecho de cruzar esa línea y aceptar un encuentro que huele a cloaca lo mires por donde lo mires es motivo suficiente como para que recaiga sobre él el peso de la sospecha por el resto de su vida política. «El tema es que si sale… eso es lo que yo no quiero», dijo González. ¿Quién grabó esa conversación? ¿Cómo los medios de comunicación han accedido a ella? Las preguntas son pertinentes, las respuestas han de ser, necesariamente, demoledoras. No se puede pedir a la ciudadanía que confíe en sus representantes cuando éstos se dedican a enfangarse en todo tipo de conspiraciones abyectas, en el fango del «hazme este favor y luego yo me callo». ¿Por qué a las once de la mañana de un día cualquier el entonces vicepresidente regional no estaba trabajando por Madrid como era su obligación?
Hay tantas preguntas cuya respuesta escandalizaría al más inocente que bien haría González en dimitir inmediatamente. Tendrá tiempo de trabajar su defensa, pero que lo haga sin ser el representante de los madrileños. Porque esa grabación filtrada le inhabilita para seguir exigiendo limpieza y transparencia a los demás. Él se enfangó, se sumergió en las cloacas del sistema como si en ellas pudiera solventar problemas personales. Lo que la grabación demuestra es que, a González, en este asunto, le incomodaba la luz de la verdad. Los hechos por sí solos no bastaban para su defensa. Por eso, con el sospechoso tono con que se dirige a esos comisarios, como si no fuese la primera vez que lo hacía, decidió cruzar la línea y sumergirse en la cloaca.
La democracia española necesita más democracia y no experimentos superados por la historia; precisamente casos como este no hacen más que llenar la urna de aquellos que pretenden derribar el magnífico consenso de la Transición a golpe de hoz y de martillo.
Hay que destruir para siempre la oscuridad de las cloacas; y hay que hacerlo con la luz de la democracia y de la constitución.