¿Le has puesto precio a tu vida? Lavas cada mañana en un aparato blanco, centrifugas tus dudas y te sale una colada que no es tuya.
Vas al trabajo y le dices “hola jefe” a un cabrón sin escrúpulos que te devuelve una mirada lasciva. Te miras al espejo y ves la persona que te juraste no ser nunca. Luego en el metro no le das ni un céntimo a la chica del violín; por la noche, le regalas tu cuerpo a un chico sin nombre. Llama tu madre y no le coges, llama tu jefe y le dices que ya vas. Nunca te paga las horas extra. Él sabe lo que hace.
Tu amiga Maruchi te pregunta: ¿por qué lo haces? Respondes poniéndole voz a tantos millones de seres adocenados y cobardes: porque no me puedo permitir quedarme sin curro. Maruchi se va a casa pensado que lo que no puedes permitirte es ser infeliz. Tú te vas a casa pensando que lo que no puedes permitirte es no ser feliz.
A la mañana siguiente vas a trabajar y pones a tu amiga en un paréntesis.
El domingo te levantas con una herida abierta. Pones la tele y alguien grita.
No llegas a fin de mes a pesar de que pagas todas tus facturas. Tu entierro no te pillará de nuevas porque será la repetición de tu día a día en el ascensor.
Un día Maruchi te regala un libro en el que lee “γνῶθι σεαυτόν”. Empiezas a pensar. Se te pone
delante de una verdad insondable. Los sentidos te ayudan y un genio maligno te despista. ¿Pero que estoy haciendo con mi vida? “Los que no quieren ser vencidos por la verdad, son vencidos por el error”, lees en otro libro.
Y entonces pasó.