Conclusiones tras el EGM: Menos oyentes en una batalla que ya es de dos

El segundo informe del año del EGM nos deja unos datos de audiencia de la radio española preocupantes. Y nos permiten sacar tres conclusiones: La radio continúa su imparable descenso en el número de oyentes; Definitivamente, es una pelea de dos; y Esradio es ya uno más en la mesa de las grandes cadenas.

Acaban de publicarse los datos de la segunda ola del Estudio General de Medios. La SER, a la baja, sigue liderando la audiencia con 4.220.000 oyentes. Le sigue, cada vez más cerca, la Cadena COPE, que sube ligeramente hasta los 3.427.000 oyentes. Por detrás, Onda Cero baja y se queda con 1.851.000 y RNE crece hasta llegar a 1.113.000 oyentes. Es Radio logra su mejor dato y ya tiene 757.000 oyentes diarios. La SER lidera todas las franjas horarias excepto las deportivas, donde Cope revalida su primera posición, tanto con El Partidazo como con Tiempo de Juego.

Datos gruesos que, si miramos con cierto detalle, nos permiten sacar, al menos tres grandes conclusiones. Vamos a ello.

1- La radio continúa su imparable descenso en el número de oyentes

Esto lo ha analizado estupendamente Gorka Zumeta en su blog y no me alargaré en exceso. Solo un par de datos: En los últimos diez años el número de oyentes de la radio lineal ha descendido un 10%; y en las últimas diez olas, la radio se ha dejado 1.700.000 oyentes. Lo que demuestran estos datos es que, por un lado el EGM no debería seguir siendo el elemento esencial para conocer las audiencias, ya que hay nuevas métricas disponibles que pueden ser eficaces, no solo para conocer el número de oyentes de un programa, sino para ubicar el espacio multimedia desde el que se escucha; y, por otro, que el oyente de radio lineal va envejeciendo. La edad media del oyente de radio generalista está ahora entre los 50 y los 55 años. Son personas que se enamoraron de la radio de las estrellas de los 80 y 90, incluso que engancharon con el medio en los trepidantes años de la Transición, cuando la radio contó como nadie el ir y venir de acontecimientos históricos. Pero esas personas van cumpliendo años y alguien debería empezar a preguntarse por qué los oyentes jóvenes no acaban de engancharse al modelo tradicional. Mención aparte merece el debate del podcast, de los nuevos formatos, de las nuevas bolsas de oyentes que se enganchan a lo que ahora llaman audio. Pero eso, para otro día.

2- Definitivamente, es una pelea de dos

Se agrandan las distancias entre la Cadena SER y la Cadena COPE respecto al resto de competidores, en un proceso que parece irreversible a corto plazo y que tiene que ver con razones diversas: fin del modelo de la radio de las estrellas, profesionalización de la toma de decisiones de la Cope -un proceso de reconversión iniciado en 2010 y que pasa por la incorporación al mismo de la consultora Radio Intelligence-, el fichaje de profesionales reconocidos a Cope -Carlos Herrera y, especialmente, el equipo de deportes que lidera Paco González- y la salida de comunicadores de la SER. Además, la crisis institucional española abierta en 2015 con la irrupción de nuevos partidos y la consolidación de un escenario político abierto y polarizado ha ayudado a consolidar los dos modelos (Ser y Cope) como altavoces principales de los dos estados de opinión pública mayoritarios.

A Onda Cero no le va bien esa polarización, precisamente por su incapacidad para asociarse claramente a ninguno de los paradigmas político-ideológicos dominantes. Es un problema comercial evidente, aunque pueda resultar interesante desde el punto de vista de la higiene democrática: quien escucha a Carlos Alsina por la mañana puede sentirse frustrado con mucha facilidad si oye esa misma tarde a Julia Otero. Y viceversa. Otra cosa es la apuesta decidida de Alsina por los nuevos lenguajes, su talento para la conversación, sus riesgos estilísticos: con toda probabilidad, los oyentes de Alsina son los más cualificados. ¿Y qué le pasa a RNE? Difícil responder en una frase, pero intentémoslo: la vorágine del cambio permanente de la sociedad es demasiado para una empresa tan grande, con dinámicas tan asentadas y a la que le cuesta. tanto ser flexible.

3- Esradio es ya uno más en la mesa de las grandes cadenas

La polarización política explica esta tercera conclusión de los últimos datos del EGM. La emisora de Federico Jiménez Losantos suma 757.000 oyentes, según el último EGM. Es su mejor dato y se queda poco más de 350.000 oyentes de la todopoderosa RNE. Comparar el presupuesto de ambas emisoras nos produciría estupor. ¿Qué explica el crecimiento de una emisora tan aparentemente fuera del modelo mainstream de la radio convencional? Como en casi todo, las razones son complejas.

En primer lugar, la polarización a la que hacíamos referencia. El oyente sabe qué encontrar en Es Radio, no hay duda de sus posicionamientos ideológicos y esa claridad competitiva puede resultar una ventaja en un escenario político fragmentado.

A eso, obviamente, hay que sumar la personalidad arrolladora de Federico Jiménez Losantos, cuyos métodos pueden resultar discutibles desde el punto de vista de la teoría del periodismo, pero que son altamente eficaces: coge al oyente y le zarandea durante horas para despertarlo, azuzarlo y enviarlo a la vida civil a combatir al adversario en el bar y el Twitter con argumentos de peso.

Y un último argumento -habría muchos más, pero dejémoslo aquí por hoy-: la emisora ha sido capaz de, aunque todavía mínimamente, confeccionar una parrilla sólida que, más allá del indudable peso del programa de Jiménez Losantos, ofrece una programación interesante y coherente. No es momento ahora de discutir el talento de Luis Herrero, pero sí conviene apuntar el ascenso de Dieter Brandau como estrella emergente en las noches y, sobre todo, el rigor que aporta a las 14 horas Juan Pablo Polvorinos en Es noticia. Aunque lo informativo no sea el elemento fundamental de Es Radio, ninguna emisora con aspiraciones nacionales puede construirse sin unos servicios informativos serios que vertebren las horas de programación lineal. El talento de Polvorinos para dar coherencia a esos informativos, para ser capaz de manejar y controlar, incluso en los programas especiales, la fuerza desbordante de los opinadores de la cadena, está detrás de la consolidación de Es Radio y de que ya pueda ser considerada uno más en la mesa de las grandes cadenas nacionales.

Desde luego, Es Radio se enfrenta a grandes desafíos: su modelo de negocio está basado aún casi en exclusiva en el tirón de Jiménez Losantos. Su futuro pasa necesariamente porque encuentren la forma de garantizar el modelo más allá de su fundador. Además, aún tienen un larguísimo trecho que recorrer en el ámbito de la digitalización de sus contenidos y de su capacidad para colocar productos a la carta en el mercado. Y, obviamente, aunque esto es discutible, la emisora debe ser consciente -aparentemente, lo son- de los riesgos de una cadena que es más ideológica que periodística.

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Lo que la pandemia nos ha enseñado sobre la radio

El Coronavirus ha traído una nueva forma de escuchar la radio, al menos, una adaptación: poníamos el oído para encontrar al otro lado algo de la seguridad que habíamos perdido. El suelo había desaparecido, casi todas nuestras seguridades habían quedado colapsadas y el miedo tenía barra libre en nuestros pensamientos. Y en medio de esa crisis personal y planetaria, estaba la radio, puntual y precisa.

El Coronavirus ha traído una nueva forma de escuchar la radio, al menos, una adaptación: poníamos el oído para encontrar al otro lado algo de la seguridad que habíamos perdido. El suelo había desaparecido, casi todas nuestras seguridades habían quedado colapsadas y el miedo tenía barra libre en nuestros pensamientos. Y en medio de esa crisis personal y planetaria, estaba la radio, puntual y precisa.

Alsina se dio cuenta de que la humanidad estaba dándose cuenta de que de esta crisis o salíamos todos o no salíamos ninguno. Esa sensación de que había algo que nos unía, ese aplauso compartido, esa necesidad de preservar la vida, de defender nuestros siete reinos del enemigo común: Más de uno se convirtió, precisamente, en el salón donde la comunidad se reunía cada mañana a las ocho para cantarle a la vida. La voz más pausada de lo habitual, el ciudadano con nombre como protagonista, la historia devorando a la noticia y, en segundo plano, una melodía italiana que te obligaba a cerrar los ojos y mantener la esperanza. La radio es también eso: mantener la bandera en alto cuando el resto del ejército ha caído. Que sigan sonando las señales horarias es un buen síntoma de que la vida sigue, a pesar de todo.

La radio empezó a tener historia en España cuando, en la Guerra Civil (1936-1939), ambos bandos usaron sus emisiones como un arma más. Ya Primo de Rivera había gustado de su efecto persuasivo, pero fue en la guerra cuando los contendientes se dieron cuenta de que información y desinformación son dos caras de una misma moneda. Eso en España, pero en todo el mundo la radio ha sido compañero fiel de grandes acontecimientos. “La radio puede ser un salvavidas en tiempos de crisis y emergencia. En sociedades devastadas, azotadas por la catástrofe o que necesitan noticias desesperadamente, la gente encuentra en la radio la información que salva vidas. (…) La radio puede ser útil en operaciones de respuesta de emergencia y ayudar a la reconstrucción”. Lo dijo el secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, durante la celebración del Día Mundial de la Radio de 2016.

Volvamos al coronavirus. No solo Alsina dio en la clave. Algunos narradores de radio se pusieron manos al podcast para aplicarle al confinamiento horas de nueva radio. Aimar Bretos, que pronto dejará de ser segundo de nadie, se puso a contar datos y a explicar la ciencia en un gran podcast de la SER junto a Víctor Olazábal. Por su parte, Alfredo Arense se marcó una enorme serie de episodios en clave de testimonio que llamó 15 días.

Pero no todo han sido luces. También han aparecido nuevos radiopredicadores, que han aprovechado la pandemia para lanzar o relanzar proyectos con escasa calidad. No merecen ni ser nombrados. Y luego están los de siempre, los clásicos, los que ni han entendido que esta crisis, en términos radiofónicos, era una oportunidad y que han seguido haciendo lo mismo que hacían antes. Horarias, sintonía, editorial, entrevista, publicidad y a casa; y otro día, y otro. Los días excepcionales merecen programas excepcionales. Quizá este sea el gran aprendizaje para los que amamos la radio: que ante una gran crisis mundial la radio puede convertirse en un aliado formidable de la verdad, apostando por enfoques originales, aceptando el cambio con valentía; o bien, seguir haciendo lo mismo.