El trabajazo de RNE para recordar el papel de la radio el 23F

El documental de Radio Nacional de España sobre el papel de la radio el 23F es espectacular, en fondo y forma. Y es una pena que el programa haya pasado desapercibido en medio de la excitación mediática que ha acompañado al 40 aniversario del fallido Golpe de Estado del 23F.

El documental de Radio Nacional de España sobre el papel de la radio el 23F es espectacular, en fondo y forma. Y es una pena que el programa haya pasado desapercibido en medio de la excitación mediática que ha acompañado al 40 aniversario del fallido Golpe de Estado del 23F, momento final de la obra política del Rey y de Suárez.

Periódicos, radios, televisiones, redes sociales… España ha recordado estos días aquellas 18 horas en que la democracia española se jugó su estabilidad. Pero, en mi opinión, ningún contenido es tan espectacular como el reportaje de Documentos. Han revisado el sonido: los tiros resuenan en el estéreo. Se han simultaneado emisiones de RNE y de la SER y la sensación casi fílmica que transmite es realmente sobrecogedora. Que lo disfruten:

23F, la radio frente al golpe

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Consultants killed radio star?

Fruto de la investigación, empiezo a intuir que el proceso de reconversión de la radio española tiene más que ver con la natural incorporación de nuestro mundo a las leyes del mercado. Y esto no es necesariamente malo. Sobre todo porque, después de hablar con varios consultores nacionales e internacionales y con directores de programas y directivos de las principales cadenas de radio, he descubierto que el proceso está resultando de lo más adaptativo. Es decir, con sus aciertos y errores, la investigación en radio está aportando una mirada objetiva y necesaria y un conocimiento más profundo de las necesidades del oyente.

Desde hace algunos años ando trabajando en una cuestión que para mí resulta crucial para entender el caminar de la radio de hoy: ¿Son los consultores los responsables del decaimiento de la estrella radiofónica? La pregunta es interpelante, sobre todo si uno acepta, como creo que es obligado, que la radio actual en nada se parece a la radio de los 80, los 90 o, incluso, la primera década del presente siglo. Ni siquiera el perfil de Herrera es comparable al que mantuvieron los García, Antonio Herrero, Del Olmo o Gabilondo. Ni en influencia ni en autonomía. Mucho menos aún en el caso de Alsina, Barceló o Íñigo Alfonso.

Pero, ¿qué es lo que ha cambiado? Sus programas siguen siendo muy largos, ocupan una cuarta parte de la parrilla de sus emisoras, continúan generando los mayores ingresos de cada cadena y, con las adaptaciones que precisa el nuevo ecosistema digital, mantienen importantes espacios de influencia social y política. Pero no es lo mismo. No empiezan y acaban sus programas cuando quieren, no ponen y quitan ministros, no se pelean entre ellos. Algo ha cambiado. Y el cambio comenzó a fraguarse coincidiendo en el tiempo con la irrupción de las empresas de consultoría en el mercado de la radio convencional. ¿Casualidad?

Cuando hace cuatro años empecé a trabajar en mi tesis doctoral, centrada en esta cuestión, tenía pocas dudas: las consultoras eran culpables. Sus consejos habían homogeneizado la radio española, habían contribuido a que hubiera cada vez menos calidez en antena, la lógica del gerente, como sabiamente anticipó Iñaki Gabilondo, había destronado a la intuición del periodista. El problema de todas esas aseveraciones es que son, cuanto menos, inexactas. Incompletas. Incluso falsas. Fruto de la investigación, empiezo a intuir que el proceso de reconversión de la radio española tiene más que ver con la natural incorporación de nuestro mundo a las leyes del mercado. Y esto no es necesariamente malo. Sobre todo porque, después de hablar con varios consultores nacionales e internacionales y con directores de programas y directivos de las principales cadenas de radio, he descubierto que el proceso está resultando de lo más adaptativo. Es decir, con sus aciertos y errores, la investigación en radio está aportando una mirada objetiva y necesaria y un conocimiento más profundo de las necesidades del oyente.

Quedan páginas por escribir y conclusiones por verificar, pero quiero dejar ya constancia de este pequeño gran hallazgo: el proceso por el que la radio española ha perdido a sus estrellas es complejo y poliédrico. La influencia de las consultoras en ese proceso es parcial. La aparición de nuevas bolsas de oyentes en espacios tecnológicos diversos, la exigencia del mercado publicitario, la competencia reciente de la televisión en el campo de la influencia política… hay muchas razones que ayudan a explicar el fenómeno de la transición que vive la radio española.

La radio no ha perdido su alma. Es solo que está buscando una nueva.

El audio no es radio

Escribo desde la trinchera. Lo sé. Perderé esta batalla. Es probable. Pero pienso quedarme aquí guerreando, en algún punto medio entre la FM y el pódcast para defender que decir audio no es lo mismo que decir radio. Lo diga la BBC o su porquero.

Escribo desde la trinchera. Lo sé. Perderé esta batalla. Es probable. Pero pienso quedarme aquí guerreando, en algún punto medio entre la FM y el pódcast para defender que decir audio no es lo mismo que decir radio. Lo diga la BBC o su porquero.

Las cosas que no se dicen es como si no existieran. La frase la pronuncia Antonio Resines al final de La buena estrella, la obra maestra de Ricardo Franco. Y así es. Nombrar las cosas es dotarlas, de alguna manera, de existencia. Lean La seducción de las palabras de Grijelmo, si no me creen. Decir algo es hacer que ese algo adquiera una nueva dimensión.

Un audio es un sonido. Algo que es posible escuchar. Es decir, la radio es audio, sí, pero no solo. Es palabra, música, silencio y efectos. Y es intención. Rebajar todo ese entramado precioso y complejo al nivel del audio es como afirmar que un eructo es la panacea de la comunicación elegante. Es comunicación, sí, pero sobre todo es grosería.

El argumento de que los jóvenes no saben nada de radio y de televisión porque consumen productos individualizados cae por su propio peso. Esos productos, plenamente adaptados a su tiempo, deben ser llamados programas de radio o, en su caso, pódcast. Flaco favor le hacemos a las futuras generaciones de comunicadores si no defendemos ciertas trincheras, no como el viejo que se aferra su universo conocido y se resiste a cualquier cambio, sino porque en ellas reside la base de todo cambio. La radio se está adaptando a este tiempo nuevo, como lo hizo a otros. Su flexibilidad es connatural a su existencia. Pero uno se adapta a los signos de los tiempos desde las raíces que te mantienen en tierra. Recurramos a Chesterton: «El fin de tener una mente abierta, como el de una boca abierta, es llenarla con algo valioso».

Cualquiera que suba un audio a una plataforma de pódcast puede pensar que está haciendo radio. Pero es mentira. Estoy harto de escuchar audios – esos sí- mal grabados, pretenciosos, largos, sin ritmo, mal editados… no compremos esa mercancía, queridos amigos. Usemos nuevos lenguajes, busquemos nuevas formas de comunicar realidad o ficción, hagamos programas que conecten con esta generación emotiva. Es posible. Y si lo hacemos, tengamos el enorme orgullo de afirmar, le pese al publicista que sea, que estamos haciendo radio.

Lo que la pandemia nos ha enseñado sobre la radio

El Coronavirus ha traído una nueva forma de escuchar la radio, al menos, una adaptación: poníamos el oído para encontrar al otro lado algo de la seguridad que habíamos perdido. El suelo había desaparecido, casi todas nuestras seguridades habían quedado colapsadas y el miedo tenía barra libre en nuestros pensamientos. Y en medio de esa crisis personal y planetaria, estaba la radio, puntual y precisa.

El Coronavirus ha traído una nueva forma de escuchar la radio, al menos, una adaptación: poníamos el oído para encontrar al otro lado algo de la seguridad que habíamos perdido. El suelo había desaparecido, casi todas nuestras seguridades habían quedado colapsadas y el miedo tenía barra libre en nuestros pensamientos. Y en medio de esa crisis personal y planetaria, estaba la radio, puntual y precisa.

Alsina se dio cuenta de que la humanidad estaba dándose cuenta de que de esta crisis o salíamos todos o no salíamos ninguno. Esa sensación de que había algo que nos unía, ese aplauso compartido, esa necesidad de preservar la vida, de defender nuestros siete reinos del enemigo común: Más de uno se convirtió, precisamente, en el salón donde la comunidad se reunía cada mañana a las ocho para cantarle a la vida. La voz más pausada de lo habitual, el ciudadano con nombre como protagonista, la historia devorando a la noticia y, en segundo plano, una melodía italiana que te obligaba a cerrar los ojos y mantener la esperanza. La radio es también eso: mantener la bandera en alto cuando el resto del ejército ha caído. Que sigan sonando las señales horarias es un buen síntoma de que la vida sigue, a pesar de todo.

La radio empezó a tener historia en España cuando, en la Guerra Civil (1936-1939), ambos bandos usaron sus emisiones como un arma más. Ya Primo de Rivera había gustado de su efecto persuasivo, pero fue en la guerra cuando los contendientes se dieron cuenta de que información y desinformación son dos caras de una misma moneda. Eso en España, pero en todo el mundo la radio ha sido compañero fiel de grandes acontecimientos. “La radio puede ser un salvavidas en tiempos de crisis y emergencia. En sociedades devastadas, azotadas por la catástrofe o que necesitan noticias desesperadamente, la gente encuentra en la radio la información que salva vidas. (…) La radio puede ser útil en operaciones de respuesta de emergencia y ayudar a la reconstrucción”. Lo dijo el secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, durante la celebración del Día Mundial de la Radio de 2016.

Volvamos al coronavirus. No solo Alsina dio en la clave. Algunos narradores de radio se pusieron manos al podcast para aplicarle al confinamiento horas de nueva radio. Aimar Bretos, que pronto dejará de ser segundo de nadie, se puso a contar datos y a explicar la ciencia en un gran podcast de la SER junto a Víctor Olazábal. Por su parte, Alfredo Arense se marcó una enorme serie de episodios en clave de testimonio que llamó 15 días.

Pero no todo han sido luces. También han aparecido nuevos radiopredicadores, que han aprovechado la pandemia para lanzar o relanzar proyectos con escasa calidad. No merecen ni ser nombrados. Y luego están los de siempre, los clásicos, los que ni han entendido que esta crisis, en términos radiofónicos, era una oportunidad y que han seguido haciendo lo mismo que hacían antes. Horarias, sintonía, editorial, entrevista, publicidad y a casa; y otro día, y otro. Los días excepcionales merecen programas excepcionales. Quizá este sea el gran aprendizaje para los que amamos la radio: que ante una gran crisis mundial la radio puede convertirse en un aliado formidable de la verdad, apostando por enfoques originales, aceptando el cambio con valentía; o bien, seguir haciendo lo mismo.

Las elecciones… con otra mirada

Este domingo tuve la ocasión de ponerme al frente de un programa electoral muy especial. Más de 50 alumnos de mi universidad, la Francisco de Vitoria (Madrid) nos han dado a todos un ejemplo de tesón y constancia en el trabajo, de ilusión y de compromiso. Con ellos y gracias a ellos y a un plantel envidiable de analistas -la mayoría profesores de enorme prestigio de la UFV- hicimos más de cuatro horas de radio en directo. He hecho muchos programas electorales en mi vida, tanto en COPE como en Radio Castilla-La Mancha, incluso en la extinta SomosRadio; pero en ninguno de ellos he visto tanta ilusión como la que vi este domingo en mis alumnos de la Universidad. Con esos mimbres, el futuro está ganado. ¡Bravo chicos!