Como si Dios no existiese

ComoSiDiosNoExistieseAún no he acabado de verla, pero Vikingos merece la pena. La serie, documentada fielmente según los historiadores, cuenta la historia del pueblo escandinavo, que empezó saqueando la costa de Inglaterra y acabó negociando con los británicos y forjando alianzas. En tiempos de Carlomagno, cuando Europa empezaba a ser lo que siempre ha sido, la serie demuestra que el sentido de trascendencia estuvo siempre presente en el corazón de los hombres. Los escandinavos, barbudos, bárbaros, paganos, temían en su error primitivo a Odín y a Thor y a otros cuantos, como los griegos antes tuvieron a Zeus. Los ingleses ya habían conocido a Jesucristo y sabían de Su Verdad Revelada, pero, a fin de cuentas, cuando se supone que la oscuridad se ceñía sobre Europa, incluso mucho antes, en la luminosa Atenas y en la sangrienta Roma la gente vivía bajo el amor y el temor de Dios.

Hay en Vikingos un personaje singular: monje cristiano raptado por los bárbaros que, con el paso de los años y tras varios viajes entre ambos mundos, acaba confundiendo su aspiración religiosa. Duda entre nuestro Señor y los dioses paganos, pero no duda de que no está solo en el mundo.

En aquellos años nadie vivía como si Dios no existiera. Habrá que esperar a la guillotina francesa, incluso algunos años más, para empezar a encontrar hombres ajenos a la espiritualidad de lo trascendente. Si pudiéramos hablar con un hombre capaz de mirar por encima de todos los siglos, nos diría sin duda que nuestro tiempo es extraño en el conjunto de la historia: somos de las pocas generaciones que vivimos absurdamente, sin un sentido más allá de nuestras limitadas experiencias sensoriales.

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El porqué de la filosofía

¿Le has puesto precio a tu vida? Lavas cada mañana en un aparato blanco, centrifugas tus dudas y te sale una colada que no es tuya.

Vas al trabajo y le dices “hola jefe” a un cabrón sin escrúpulos que te devuelve una mirada lasciva. Te miras al espejo y ves la persona que te juraste no ser nunca. Luego en el metro no le das ni un céntimo a la chica del violín; por la noche, le regalas tu cuerpo a un chico sin nombre. Llama tu madre y no le coges, llama tu jefe y le dices que ya vas. Nunca te paga las horas extra. Él sabe lo que hace.

Tu amiga Maruchi te pregunta: ¿por qué lo haces? Respondes poniéndole voz a tantos millones de seres adocenados y cobardes: porque no me puedo permitir quedarme sin curro. Maruchi se va a casa pensado que lo que no puedes permitirte es ser infeliz. Tú te vas a casa pensando que lo que no puedes permitirte es no ser feliz.

A la mañana siguiente vas a trabajar y pones a tu amiga en un paréntesis.

El domingo te levantas con una herida abierta. Pones la tele y alguien grita.

No llegas a fin de mes a pesar de que pagas todas tus facturas. Tu entierro no te pillará de nuevas porque será la repetición de tu día a día en el ascensor.

Un día Maruchi te regala un libro en el que lee “γνῶθι σεαυτόν”. Empiezas a pensar. Se te pone
delante de una verdad insondable. Los sentidos te ayudan y un genio maligno te despista. ¿Pero que estoy haciendo con mi vida? “Los que no quieren ser vencidos por la verdad, son vencidos por el error”, lees en otro libro.

Y entonces pasó.