‘El Purgatorio’, una vuelta de tuerca al pódcast conversacional

El programa de entrevistas de The Objective, conducido por Carlos Padilla, aprovecha lo mejor del formato -la espontaneidad, la falta de límites, la escucha activa- y destierra lo peor, que es esa tendencia a estirar las entrevistas de un modo antinatural.

Es verdad que la experiencia de El Taxi de Onda Madrid debe jugar a su favor. Entrevistar es una de las virtudes que más tardes suele atesorar un periodista. En los inicios suelen imperar la impaciencia, la vanidad, aparece con más frecuencia la tentación de la frase redonda; y uno suele desconocer con bastante rotundidad sus propios defectos. Y aunque Padilla es aún muy joven, la experiencia de muchas horas de conversación le ayuda a salir airoso de diálogos con protagonistas tan dispares y, en casi todos los casos, con un nivel cultural elevado. Pongamos el ejemplo del filósofo Miguel Ángel Quintana Paz, uno de los últimos invitados del programa. Este hombre es un intelectual preciso, valga la redundancia, que no permite pregunta tonta, y cuyas opiniones no son fruto de la improvisación, sino que las sustenta con citas y autores y referencias culturales que podrían parecer abrumadoras. Sin embargo, el entrevistado sabe cuándo callar, cuándo discrepar y cómo introducir esa disidencia con astucia.

Pero si el pódcast de The Objective funciona es también porque su director conoce el oficio de la escucha activa. Sabe que el silencio comunica, que el interlocutor puede hacerle cambiar de parecer, que el protagonista es el otro -que no es un emigo- y las joyas que pueden surgir de la paciencia. No tener una dependencia con la actualidad favorece que la conversación vaya yendo y viniendo, avanzando despacio, tomando sus propios caminos. Y en ese esperar es donde a veces aparecen esos tesoros escondidos: una vivencia oculta, una idea nueva, un silencio cargado de emoción.

Pero como toda moneda tiene dos caras, esa potencia casi infinita que tiene la conversación pausada aroja también un peligro claro. Y este es un defecto que tienen otros formatos similares, que parece que disputan una competicion por ver qué conversación dura más tiempo. Y alargan y alargan y dan giros y vueltas y más vueltas a las misma ideas, que se encierran en paréntesis infnitos y que acaban conduciendo al oyente al tedio. Y esto no le pasa al Purgatorio. O no le pasa casi nunca. La duración de las conversaciones suele ir de los 40 minutos a la hora de duración, con excepciones. Tiempo más que suficiente para encontrar sustancia.

Otra de las claves del pódcast es la indudable formación de su Padila. Desconozco qué ha estudiado o cuál ha sido su camino intelectual, pero sorprende su talento para apostillar, completar, matiza, sugerir… Cualidades que no se pueden improvisar. O al menos no todo el rato. Y no teniendo enfrente a personas tan distintas como Juan Soto Ivars, Manolo Lama, Cruz Morcillo, Federico Jiménez Losantos o Kiko Hernández. ¿Qué se echa en falta? Quizá algo más de pluralidad en el perfil ideológico de los invitados y algo más de insistencia en los temas que tienen que ver con el leiv motiv del título del pódcast. A veces, las preguntas acerca de la vida espiritual del entrevistado se quedan ahí como una simple percha y no como una oportunidad para tirar del hilo.

Finalmente, El Purgatorio sale airoso de otro de los riesgos innnatos del formato, que es el hecho de que el oyente solo escucha aquellos episodios cuyo invitado le resulte interesante por algún motivo. Y lo consigue por la habilidad del entrevistador, por la duración contenida de las entrevistas y por la solidez del medio que ampara el programa.

Larga vida al Purgatorio.

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